El año pasado era ayudante de un curso de psicología escolar donde teníamos, como ayudantes, el espacio de compartir nuestros intereses por la educación. En una de esas conversaciones, un compañero compartió con nosotros un extracto de Pedagogía de la Esperanza, de Paulo Freire, que a gusto de él resume de qué se trata la educación popular. Comparto con ustedes ese extracto.
"(...)
Más que ser educando por una razón cualquiera, el
educando necesita volverse educando asumiéndose como sujeto
cognoscente, y no como incidencia del discurso del educador.
Es aquí donde reside, en última instancia, la gran importancia
política del acto de enseñar. Entre otros ángulos, éste es uno
que distingue al educador o la educadora progresistas de su
colega reaccionario.
'Muy bien —dije en respuesta a la intervención del campesi-
no—, acepto que yo sé y ustedes no saben. De cualquier manera,
quisiera proponerles un juego que, para que funcione bien,
exige de nosotros lealtad absoluta. Voy a dividir el pizarrón en
dos partes, y en ellas iré registrando, de mi lado y del lado de
ustedes, los goles que meteremos, yo contra ustedes y ustedes
contra mí. El juego consiste en que cada uno le pregunte algo
al otro. Si el interrogado no sabe responder, es gol del que
preguntó. Voy a empezar por hacerles u n a pregunta."
En este punto, precisamente porque había asumido el "modalidad"
del grupo, el clima era más vivo que al empezar, antes
del silencio.
Primera pregunta:
¿Qué significa la mayéutica socrática?
Carcajada general, y yo registré mi primer gol.
Ahora les toca a ustedes hacerme una pregunta a mí —dije.
Hubo unos murmullos y uno de ellos lanzó la pregunta:
¿Qué es la curva de nivel?
No supe responder, y registré uno a uno.
¿Cuál es la importancia de Hegel en el pensamiento de Marx?
Dos a uno.
¿Para qué sirve el calado del suelo?
Dos a dos.
¿Qué es un verbo intransitivo?
Tres a dos.
¿Qué relación hay entre la curva de nivel y la erosión?
Tres a tres.
¿Qué significa epistemología?
Cuatro a tres.
¿Qué es abono verde?
Cuatro a cuatro.
Y así sucesivamente, hasta que llegamos a diez a diez.
Al despedirme de ellos hice una sugerencia: "Piensen en lo
que ocurrió aquí esta tarde. Ustedes empezaron discutiendo
muy bien conmigo. En cierto momento se quedaron en silencio
y dijeron que sólo yo podía hablar porque sólo yo sabía, y ustedes
no. Hicimos un juego sobre saberes y empatamos diez a diez.
Yo sabía diez cosas que ustedes no sabían y ustedes sabían diez
cosas que yo no sabía. Piensen en eso."
De regreso a casa recordaba la primera experiencia que había
tenido mucho tiempo antes en la Zona de Selva de Pernambuco,
Igual a la que ahora acababa de vivir.
Después de algunos momentos de buen debate con un grupo
campesinos el silencio cayó sobre nosotros y nos envolvió a
todos. El discurso de uno de ellos fue el mismo, la traducción
exacta del discurso del campesino chileno que había oído en
aquel atardecer.
—Muy bien —les dije—, yo sé, ustedes no saben. Pero ¿por qué
yo sé y ustedes no saben?
Aceptando su discurso, preparé el terreno para mi intervención.
La vivacidad brillaba en todos. De repente la curiosidad
se encendió. La respuesta no se hizo esperar.
—Usted sabe porque es doctor. Nosotros no.
—Exacto. Yo soy doctor. Ustedes no. Pero ¿por qué yo soy
doctor y ustedes no?
—Porque fue a la escuela, ha leído, estudiado, y nosotros no.
—¿Y por qué fui a la escuela?
—Porque su padre pudo mandarlo a la escuela, y el nuestro
no.
—¿Y por qué los padres de ustedes no pudieron mandarlos a
la escuela?
—Porque eran campesinos como nosotros.
—¿Y qué es ser campesino?
—Es no tener educación ni propiedades, trabajar de sol a sol
sin tener derechos ni esperanza de un día mejor.
—¿Y por qué al campesino le falta todo eso?
—Porque así lo quiere Dios.
—¿Y quién es Dios?
—Es el Padre de todos nosotros.
—¿Y quién es padre aquí en esta reunión?
Casi todos, levantando la mano, dijeron que lo eran.
Mirando a todo el grupo en silencio, me fijé en uno de ellos
y le pregunté: —¿Cuántos hijos tienes?
—Tres.
—¿Serías capaz de sacrificar a dos de ellos, sometiéndolos a
sufrimientos, para que el tercero estudiara y se diera buena vida
en Recife? ¿Serías capaz de amar así?
-¡No!
— si tú, hombre de carne y hueso, no eres capaz de cometer
tamaña injusticia, ¿cómo es posible entender que la haga Dios?
¿Será de veras Dios quien hace esas cosas?
Un silencio diferente, completamente diferente del anterior,
un silencio en que empezaba a compartirse algo. Y a continua-
ción:
—No. No es Dios quien hace todo eso. ¡Es el patrón!
(...)
A partir de ahí, habría sido posible también ir comprendiendo
el papel del patrón, inserto en determinado sistema socioeconómico
y político, ir comprendiendo las relaciones sociales de
producción, los intereses de clase, etc.
(...)