13 noviembre, 2009

¿En qué consiste la Deuda Histórica que demandan los profesores? (Chile)

Comparto aquí la respuesta que se da en el boletín electrónico de la FLAPE (Foro Latinoamericano de Políticas Educativas)

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La profesión docente se constituye, para la mirada y el discurso que surge desde la sociedad, como una labor ambigua. Por una parte, existe un reconocimiento casi innato con los profesores, una valoración de este oficio intrínseca a la estructura social que los establece cono un eslabón formador fundamental. Pero, por otro lado, está ese trato peyorativo con los docentes, esa opinión popular recogida y analizada por Fernando Savater donde se sostiene que “a maestro no se dedica sino quien es incapaz de mayores designios, gente inepta para realizar una carrera universitaria completa y cuya posición socioeconómica ha de ser (…) necesariamente ínfima” (1997: 8).

A principios de la década del 80, en plena dictadura militar chilena, esta dualidad con respecto al trato con el magisterio queda latente. En 1980 se promulga la Ley Nº 3.551, que otorgaba a los funcionarios públicos, F.F.A.A, poder judicial y profesores un aumento en su sueldo base. Beneficio que fortalece el reconocimiento a la profesión docente tras permitir generar a los maestros un sueldo y una jubilación acorde a su desempeño profesional. Pero poco o nada dura dicho reconocimiento, ya que en junio de 1981 se da inicio al proceso de municipalización de la educación chilena que conlleva a un despido y traspaso masivo de los docentes pertenecientes a la educación estatal a un sistema municipal, dejándose de cancelar inmediatamente la Ley Nº 3.551 a los profesores.

De esta manera, surge también un proceso de degradación del ejercicio docente, estableciéndolo como una labor no profesional, que puede ser ejecutada por cualquier persona que se desempeñe en un área similar. Asimismo, el sueldo de los profesores se ve mermado y sujeto a una depreciación considerable. La imagen que se proyecta a la sociedad durante la dictadura militar de la profesión de educador es la de un oficio que puede ser llevado a cabo por cualquier persona, por lo que no tiene un valor profesional.

En la década del 90, con el inicio de la transición chilena a la democracia, se formulan los primeros acercamientos pensados en generar una revaloración del ejercicio docente y una búsqueda conjunta -profesores y Estado- por lograr una compensación económica y moral. En el año 1991 se promulga la Ley de Estatuto Docente y posteriormente, en 1996, el presidente de la Corte Suprema convoca al Ministro de Educación y al presidente del Colegio de Profesores para mediar en una posible solución. En dicha reunión el gobierno deja en manos de la justicia el problema de la deuda histórica.

Tras esto, en el año 2000, el Colegio de Profesores de Chile decide demandar al Fisco por el incumplimiento de la Ley 3.551, exigiendo una indemnización por el daño patrimonial causado. Si bien, el Poder Judicial no ha acogido de manera cabal estas demandas, existen casos particulares de profesores y profesoras que han sido beneficiados y compensados tras sus peticiones, lo que deja entrever esta ambigüedad referida a la mirada social ante el magisterio.

Durante estos años, se inicia una serie de reuniones entre el Colegio de Profesores de Chile y diversos estamentos, como la Cámara de diputados y el Senado, espacios que han reconocido abiertamente este conflicto y se han mostrado partidarios de buscar una posible solución. De la misma manera, surgen diversas manifestaciones públicas por parte del profesorado que buscan establecer la deuda histórica como un tema que merece ser analizado por todo el país.

En el mes de octubre del presente año la Ministra de Educación Mónica Jiménez sorprende a todos con sus declaraciones donde sostiene que la mencionada deuda histórica con los profesores no existe, que la postura del gobierno siempre ha sido la misma, pues nunca ha existido tal deuda. Sentencias que causaron una inmediata respuesta desde el Colegio de profesores, que convocó a un paro nacional que ya se extiende por toda una semana.

Ambas medidas -declaraciones de la ministra y paro de profesores- han generado revuelo en diversos ámbitos sociales. La Cámara de diputados y el Senado han emitido diversos comunicados en los que rechazan el proceder del Ministerio de Educación, invitando a generar instancias de diálogo en función de lograr un acuerdo en cuanto a la deuda histórica. Consecuentemente, ambos organismos han rechazado el presupuesto de educación para el próximo año, debido a que exigen incluir en una agenda real una instancia de diálogo para solucionar este problema.

Paralelamente, el paro de profesores se presenta como una acción que no ha tenido buena acogida por parte de la sociedad en general. Los diferentes medios de comunicación han hecho hincapié en abordar el paro desde una óptica crítica con los profesores, centrándose en el daño a la educación que generan con estas medidas. La posibilidad de que el año escolar se pierda o el posible daño que se produciría en los resultados de la Prueba de Selección Universitaria por parte de los estudiantes pertenecientes a establecimientos municipales son temas que las asociaciones de padres y apoderados, como también de estudiantes secundarios han utilizado para condenar públicamente el actuar de los profesores.

Este panorama en que se encuentran los profesores, donde moralmente son reconocidos pero profesionalmente son segregados y remitidos a un espacio de “segunda clase”, no es nuevo. Desde el retorno a la democracia en Chile, el operar público del profesorado se ha centrado en buscar reivindicaciones para así lograr reestablecerse y volver a posicionarse en el lugar que les corresponde.

Si bien se han dado avances notables en los últimos veinte años con respecto a las remuneraciones y beneficios de los profesores, no deja de ser un intento por levantar una profesión que se encontraba literalmente en el suelo. Los logros conseguidos por el magisterio y el Estado han paliado, en parte, el daño establecido por la dictadura militar, pero existen ejercicios que se han mantenido y que consecuentemente han generado quiebres entre el Estado chileno y los profesores, como por ejemplo, la recién promulgada Ley General de Educación. En este documento se mantiene uno de los puntos más criticados por los docentes, que hace referencia a la no profesionalización del ejercicio pedagógico, pues cualquier profesor puede ser reemplazado por alguien que haya estudiado una carrera afín, sin necesariamente ser educador.

El conflicto que se genera tras la constante búsqueda del magisterio por posicionar el ejercicio docente como una labor profesional indispensable para el desarrollo del país, es un problema actual, un ejercicio por la validación identitaria y consolidación de la profesionalización del valor de educar.



Links de artículos sobre la deuda histórica:

* http://200.27.90.155/images/stories/deudahistorica/oficioord1181del15octubre09.pdf

* http://www.senado.cl/prontus_galeria_noticias/site/artic/20091013/pags/20091013194715.html

* http://www.mineduc.cl/index.php?id_portal=1&id_seccion=10&id_contenido=8838

* http://www.camara.cl/prensa/noticias_detalle.aspx?prmid=35933

* http://200.27.90.155/images/stories/deudahistorica/cartaoit3sep09.pdf

* http://200.27.90.155/images/stories/deudahistorica/cartapresidentadeudahistorica22octubre2008.pdf

* http://www.senado.cl/prontus_galeria_noticias/site/artic/20091023/pags/20091023142136.html
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12 octubre, 2009

No consigo andar por el mundo tirando cosas - Marciano Durán

"Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y
cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre
agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los
colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los
doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios
hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A
nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos
resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los
mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún
momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.
Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que
pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el
celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las
navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de
los pollos!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en
el cajón de los cubiertos!

¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para
toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de
tejido y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más
cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos
cambiado de heladera tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!!
Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco
tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es
de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por
casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el
electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los
talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y
más basura..

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que
en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era
niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los
patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las
ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la
Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o
se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que
no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y
guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y tire
que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de
celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la
dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer,
la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para
cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y
lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos
crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué
cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque
éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo,
el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo
no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente
que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y
se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se
consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era
para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el
tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y
guardábamos.. ... ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!!
¡¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos
limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro.
Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los
bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos
y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la
fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles, ruleros,
ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones
que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban
amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que
algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta,
tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras
sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el
resorte. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores
que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los
encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se
convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones
guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por
las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas
de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque
no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un
poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no
podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín...

Las cosas no eran desechables. Eran guardables.. ¡¡¡Los diarios!!!
Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para
poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para
envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el
diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros
para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para
hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento
no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender
una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas
de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las
cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los
frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a
saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque
faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que
decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el
ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que
esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de
nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden
'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no
declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en
base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita',
nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las
pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de
arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las
primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa
belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las
tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en
portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se
desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me
muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables;
que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me
muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria
colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No
voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto
caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los
ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus
funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las
personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran
más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo
contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente
entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos
kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este
mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de
mano y sea yo el entregado.

Hasta aquí"

02 octubre, 2009

El mar de fueguitos - Eduardo Galeano

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

14 septiembre, 2009

Violeta Parra - Arauco tiene una pena

Arauco tiene una pena
Que no la puedo callar
Son injusticias de siglos
Que todos ven aplicar
Nadie le ha puesto remedio
Pudiéndolo remediar.
Levántate Huenchullán.

Un día llega de lejos
Huelcufe conquistador
Buscando montañas de oro
Que el indio nunca buscó
Al indio le basta el oro
Que le relumbra del sol.
Levántate Curimón.

Entonces corre la sangre
No sabe el indio qué hacer
Le van a quitar su tierra
La tiene que defender
El indio se cae muerto
Y el afuerino de pie.
Levántate Manquilef.

Adónde se fue Lautaro
Perdido en el cielo azul
Y el alma de Galvarino
Se la llevó el viento Sur
Por eso pasan llorando
Los cueros de su kultrún.
Levántate, pues, Callfull.

Del año mil cuatrocientos
Que el indio afligido está
A la sombra de su ruca
Lo pueden ver lloriquear
Totora de cinco siglos
Nunca e habrán de secar.
Levántate, Curiñán.

Arauco tiene una pena
Más negra que su chamal
Ya no son los españoles
Los que les hacen llorar
Hoy son los propios chilenos
Los que les quitan su pan.
Levántate Cayupán.

Ya rugen las votaciones
Se escuchan por no dejar
Pero el quejido del indio
¿Por qué no se escuchará?
Aunque resuene el la tumba
La voz de Caupolicán.
Levántate Huenchullán.

31 agosto, 2009

Nanas (empleadas domésticas): "CASI como de la familia" - Óscar Contardo

Para ver el original, pinche aquí

"En una de las historietas de Mafalda su amiga Susanita se lamentaba de los reclamos sociales del momento. Le parecían una alteración injusta de su paz. En su enojo postuló una solución: ¿Por qué no decirles a los pobres que si no les gusta la vida que tienen lo mejor es que se vayan y se dejen de joder? Pero antes de irse que dejen el aseo hecho.

En su pragmática, Susanita dominaba una de las grandes verdades de la sociedad occidental: ni el aseo ni las cosas se hacen por sí solas, aunque lo ideal es que así lo parezca. Por "las cosas" hay que entender ese amplio campo de actividades relacionadas con hacer desaparecer los despojos de todo tipo, limpiando, estirando, fregando, sacudiendo. En síntesis, actividades y trabajos a los que muy pocos se presentarían como voluntarios. Tener que "hacer las cosas" entra en el nebuloso terreno de la fatalidad, muy cercano a la injusticia.

Para que la comida esté hecha, que los baños estén limpios, que la cama esté estirada, los platos lavados, las almohadas mullidas y el pasto verde se necesita a alguien. En sociedades más desarrolladas eso cuesta caro: hay menos gente disponible y para quienes lo hacen es una opción laboral, no una labor propia de su casta.

En nuestro continente el problema del personal para hacer las cosas está resuelto de manera automática, masiva y barata. Los pobres en Latinoamérica, por lo general, no optan por el servicio doméstico como una ocupación, el sistema les ahorra contratiempos, energías y acota las opciones. Hay gente, la mayor parte del tiempo mujeres, que desde la cuna estan destinadas a eso.

Lo mismo que un ruido de fondo, la dinámica del servicio doméstico es existir sin que se note. Sobre todo en sociedades altamente estratificadas: hay una vida escaleras arriba y otra escaleras abajo. Que lleguen, hagan su trabajo y se vayan. Tal como los sabios deseos de Susanita, la cabezona rubia amiga de Mafalda. La tragedia cunde cuando ni siquiera pueden irse, porque parte de su trabajo consiste en quedarse y equilibrarse precariamente entre no tener una vida, pero tener un trabajo.

Uno de los efectos más curiosos que ha tenido la película La Nana, de Sebastián Silva, ha sido el de provocar en parte de la crítica la inquietud por algo que podría llamarse ansiedad por la denuncia frustrada. En la cinta no hay revueltas reivindicatorias, ni venganza, ni siquiera espacio para el resentimiento que vendría a ser el motor de todas las pesadillas de la sociedad chilena (o al menos de aquella parte de la sociedad que tiene nana). Pero lo que sí hay en la película de Silva es culpa. Una culpa tan surtida como la cantidad de crucifijos colgados en la casa de la familia fílmica y que, del mismo modo que la silvestre nana Raquel, están en toda partes, pero no se notan. O no debieran notarse. La culpa no tiene un cuerpo definido. No estalla como la rabia. Tampoco golpea. Se cuela y lo tiñe de una manera efectiva y duradera. Aparece disfrazada de compasión paternalista o de buena onda, quizás la más sofisticada manera de diluir los conflictos sociales y de conciencia en ambientes libres del peligro de revuelta ideológica. La buena onda con el pobre supone que como el salvaje de Rousseau o los personajes de las teleseries de Moya Grau éste siempre será bueno de corazón, simpático, gracioso, digno de protección, de conmiseración, pero perfectamente sustituible porque nunca es parte de la trama principal, siempre es secundario. Algo similar a una mascota, aunque hay que pagarle un sueldo y tiene derecho a voto. Hay pocas cosas más desagradables y perversas que el cariño como impostura y la calidez humanitaria como sustituto de la justicia.

Hasta hace pocas décadas la fuerza laboral femenina en Chile tenía un perfil parecido al de La Nana.

Un estudio de 1972 del Instituto de Sociología de la UC señalaba que un 60 por ciento de las mujeres que trabajaban en Chile lo hacía en el sector de servicios. La mayoría de ellas (58 por ciento) en el servicio doméstico. El estudio retrataba lo que su gran parte del siglo XX para las mujeres pobres del campo y la ciudad "salir a trabajar" era sinónimo de ser empleada doméstica. La nana era la versión urbanizada y burguesa de la "mama" de la hacienda, con menos potreros y (en el mejor de los casos) más electrodomésticos. El lenguaje dice mucho. Las nanas se "encargaban" a otras nanas en un mercado de sangre doméstico, femenino, de patronas dateándose, mandando a buscar al sur la sobrina, prima o hermana de una empleada en ejercicio. Había familias de nanas y familias de patronas ubicando a las nuevas generaciones de niñas hacendosas en una especie de resaca colonial que sobrevivía mejor que el adobe a los terremotos. En la medida en que el discurso modernizador se expande, aquello que no debiera notarse el ruido blanco de un servicio doméstico demasiado parecido a las encomiendas indígenas comienza a rechinar, desafina y molesta. Ni la institución de la nana, ni la campanilla para llamarla, ni el régimen puertas adentro deben ser muy presentables para la OCDE. Incluso si no hay flagelo físico y se las trata como si fueran de la familia, hay algo en ello más cerca del apartheid que del welfare.

Cuando la institución entra en conflicto con las aspiraciones de modernidad surge la molestia insoslayable y sorda similar a una mancha en la camisa o un tonto en la familia: cosas que no nos gustan, a la que nos resignamos y sobre las que actuamos como si no existiesen. En ese ejercicio hacer como que no existen hay que echar mano de las herramientas disponibles. La última y más popular es la de sobreactuar la empatía. Legiones de compatriotas están descubriendo que la realidad es dura, que los pobres lo pasan pésimo, que hay algunos que no son resentidos y que no hay cosa mejor para el alma y para la culpa que tratarlos como hermanos (menores) consentidos. De esos hermanos a los que uno les cierra la puerta de la pieza, pero les da consejos y los escucha opinar como quien oye un loro decir pan de huevo. Surge el regaloneo hostigoso por la nana, el cuidador de autos compinche, el mozo predilecto y el wikén grupal en la toma/campamento. Te mueres lo sabio que son los pobres, lo habilosa que es la empleada, lo chori que es ayudar, lo bacán que es el centro, lo amorosos que son todos en la población. Te mueres lo que he aprendido yendo a la Piojera, subiéndome a la micro, chapoteando en el barro, maestreando con el Jonatan, mudando la guagua de la Britney (tan dije ella).

Una reingeniería del turismo de clase hecho causa social y panorama urbano para refrescar el espíritu, ganarse el cielo o una beca por activismo comunitario está fuertemente vinculado a la conmiseración por la nana, por buscar justicia en una película y no en otro lado. Porque una cosa es la culpa y otra no tener quien haga las cosas.

Cuando la institución entra en conflicto con las aspiraciones de la modernidad surge la molestia insoslayable y sorda."